Multimedia

¿Por qué trabajar desde el arte en el duelo y en la memoria del conflicto armado?

Tiene que ver justamente con lo poco que se puede hacer. Hay que entender que necesitaríamos muchísimos artistas para lograr levantar el relato uno a uno de los muertos y los desaparecidos en este país. Dentro de lo poco que yo puedo hacer está el tratar uno a uno; escuchar esas historias de duelo, porque finalmente la voz del muerto, del desparecido la está dando su doliente. Es la persona que lo extraña, lo llora; es la persona a la que no le podemos discutir bajo ninguna circunstancia que esa muerte fue injusta, que es irreparable, que ese acto violento es infame y que su herida está abierta.

¿Qué tanto ha cambiado el país entre Río abajo –su obra dedicada a los desaparecidos y/asesinados y luego arrojados a los ríos– y trabajos más recientes como el de Sudarios y el de Relicarios?

Río abajo es una obra de hace casi 10 años (2008). Se hizo en un contexto en que hablar de los desaparecidos no se manifestaba tanto, sobre todo, para las víctimas. Había un peregrinaje silencioso. Es una obra en la que no hay identidad ni fecha de desaparición, porque en ese momento todavía era peligroso; hasta ahora se estaba construyendo tanto ese marco jurídico como social; era muy extraño salir con estas imágenes y salir en estas marchas donde los familiares hacían un luto.

¿Desde su trabajo y experiencia cómo percibe el proceso de construcción de memoria en Colombia?

Es muy complejo explicar nuestro proceso de memoria ante contextos académicos exteriores. Por ejemplo, cuando uno habla de dictadura y de procesos de memoria es algo que comenzó y terminó. Aquí hemos estado caminando, escribiendo el proceso, tratando de nombrarlo de alguna manera, al tiempo que están pasando cosas. Y si luego nos volcamos al tema del duelo, hablamos del duelo suspendido. Se le pone la tarea cruel al familiar, al doliente, de decir: “yo no lo espero más, seguro él está muerto”, o se le impone ese duelo de ausencias presentes; mujeres que sirven todos los días desayuno, almuerzo y comida para el desaparecido por si llega. Y pasan 15 años y ella sigue sirviéndole porque no puede faltar la comida en caso de que la persona regrese.

Sin contar que la revictimización es constante…

El concepto víctima en Colombia no lo hemos aprendido a contar. Me sorprende la cantidad de testimonios y la cantidad de personas de diferentes contextos sociales. Colombia también es un país muy diverso con brechas sociales, y son como 50 países en uno. Hay cientos de relatos y nos falta juntarlos de la manera correcta. Yo comencé por no trabajar con el concepto de víctima justamente por este tema. Hay cosas que ocurren por ciertos contextos, hay otras que ocurren por ciertos intereses y hay cosas que tienen que cambiar con la responsabilidad de los líderes, de los presidentes, del Congreso.

¿Por qué contar el duelo desde el trabajo artístico?

Para que la gente vea su historia narrada de otra forma; no es únicamente que el desaparecido se desapareció, sino que se veía guapísimo con esta camisa. “Es que con la camisa que yo le estoy dando él se veía divino y salía el domingo con la novia”. Lo que estoy tratando de hacer es elevar ese relato. Y la forma cómo yo aprendí a contarme a mí misma esta historia es que este no es un país de gente vencida o hubiera sido inviable hace mucho tiempo. La fortaleza; la vida siempre se impone. Hay historias que te cuentan y tú piensas: “Yo en la primera parte de este testimonio lo juro que no hubiera sobrevivido”. Y eso no es cierto. Aquí lo que hay es una dignidad enorme. Tendemos a pensar que las víctimas están congeladas en un único tiempo y no, a las víctimas la vida les ha seguido con unas ausencias impresionantes, con unas carencias económicas impresionantes y, sin embargo, siguen con toda la dignidad del mundo.